sábado, 23 de octubre de 2010

Transitoriedad

Es por lo que amo al rayo y a la centella más que a cualquier mala virtud que busque la eternidad de las cosas. Esa aberrante virtud que hace decadente hasta el rasgo más noble y alto de un cuerpo. Que aunque predeterminado a caer en el ocaso, hace hasta el último momento de su vida una existencia convaleciente y fea de su propio ser. Y es por lo que amo al rayo. Amo su fugacidad, su brillo deslumbrador capaz de iluminar hasta el alma más sucia y oscura. Como la brutalidad, el enfado, la furia y la belleza concentrada en un estallido. Amo al rayo porque es la alegoría de la vida animal, a la que sin embargo el ser humano ha atrevido a pervertir y a la que ha intentado eternizar.

Mas brindo con las maravillas que me sirve la orbe por ese guardián de lo suntuoso llamado tiempo. Ese caballero que luce una armadura de mil y una láminas, donde en cada una se puede leer <<el curso del río se llevará consigo todo lo inmóvil>> . Será el tiempo el centinela que acabe con su implacable filo el extravío de los que intenten eternizar las cosas, y seguramente sea lo más noble que les haya sucedido en la vida. Es una expresión feroz contra lo que el pueblo aborrece: más les gustaría a ellos combatir y erradicar por completo la máxima de <<Hay derechos que nos permiten tomar la vida de un hombre; no hay ninguno que nos permita tomar su muerte; es pura crueldad>>. Y cuánta razón hay en ella, pues más cruel es permitir una vida llena de aversión que esforzarse por acabar con esta.

Por el tiempo como ajusticiador brindo con bienes que me da la tierra, porque es justo el amor que propago, el amor terrenal. Es la tierra a la que amo y el lugar único en el que puedo brillar como el rayo y reflejarme tanto en los ojos de los usurpadores de la vida como en el filo del tiempo. Yo como rayo disfruto de mi destello, de mi prestigioso momento y el destello es mi jubilosa juventud que ansía gozar y regocijarse en los placeres de la vida. Amo mi cuerpo y mi tierra, por ello no necesito de vuestra eternidad, ni a la que intentáis aferraros en la tierra ni la que propagan esos envenenadores de la cristiandad.

La belleza del rayo radica en su brevedad, igual que en la hermosura de la juventud de una mujer o la de un árbol y su fruto. Por ello tengamos en cuenta que el torrente derribará hasta el último objeto estático que se encuentre en el río. Todo es transitoriedad. Todo tiene un ocaso, y puede que eso sea lo más bello de la vida de un hombre.

Adri

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